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Lo conocí como presidente de la Junta Directiva Nacional de Ascofame durante varios años. Su actitud caballerosa, su liderazgo espontáneo y su sencillez para escuchar opiniones ajenas reflejaban una personalidad madura, ajena a vanas presunciones. En 2001 me regaló su libro sobre Cirugía hepatobiliar en Colombia, donde encontré una perla bacteriana que brilla por sí sola: “Con el advenimiento de la biología molecular y el conocimiento actual del microbioma intestinal, muchas teorías giran alrededor de una causalidad microbiológica en la etiopatogenia de la litiasis biliar”.
El doctor Gustavo Quintero Hernández, cirujano hepatobiliar y de trasplante, había estudiado en Londres y venía ejerciendo la decanatura de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad del Rosario, y en su calidad de presidente de Ascofame, con la anuencia de los demás miembros de la junta directiva, dispuso la reunión en Montería, en la Universidad del Sinú, por primera vez fuera de Bogotá, de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina, un verdadero hito para nuestra Alma Mater.
Lo que yo no sabía es que el doctor Quintero, además de avezado cirujano y pintor (la carátula del libro citado está ornada por un cuadro suyo en óleo sobre lienzo, referido al trasplante hepático), es un fino poeta y un narrador de estilo sobrio, que ya tiene una novela a su haber, como demostración de que la ciencia y el arte pueden coexistir felizmente en el corazón del hombre.
En esos versos ambiguos, que así se llama el poemario, hay un lirismo delicado y justo, sin aspavientos, que enaltece la sensibilidad del autor y de sus preocupaciones vitales: “Uno camina la vida por la línea sutil de la ficción que -a veces- uno mismo convierte en realidad”. “Mi infancia tuvo un río anchuroso y profundo y un puerto de canoas adornado de acacias con flores rojas, sin espinas”. Refiriéndose a su padre: “Cómo olvidarlo si su nombre y mi nombre son iguales”; y en memoria de su madre: “Para acordarme de ti en cada recuerdo y caminar asido de tu mano, sin el miedo a la sombra de tu ausencia”. Y en honor a la incertidumbre: “¿Eres una ilusión o estás presente? ¿Eres una verdad o una mentira? ¿Eres un albur o una utopía?”. Y al final: “Mi vejez tiene la calma de los años, la dulce sobriedad del recorrido, la brevedad del silencio, los peldaños”. Hermoso, ¿no?

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