Visitas: 2
Por Remberto Burgos
Vi tantas invenciones y escuché cantidades de falsedades que llegué a esta conclusión: la mentira es un proceso complejo cerebral que envuelve estructuras y neurotransmisores. Son muchas las áreas cerebrales que se activan y es quizá la resonancia magnética funcional quien las detecta de primera línea. Las cinco estructuras más involucradas son: la corteza prefrontal dorsolateral, el cíngulo anterior, la ínsula y el hipocampo. La corteza participa en la planificación y la elaboración de la mentira. El cíngulo detecta los errores y la ínsula-amígdala procesa las emociones y el miedo a ser descubierta. El hipocampo en forma activa recupera la información y no permite que la desenmascare. No hay un área específica para la mentira y las mismas son susceptibles de activarse en otras situaciones.
Además, hay un grupo de neurotransmisores que participan en el “soporte” de la mentira. La dopamina está relacionada con la recompensa, el placer, la motivación y busca los beneficios personales. El glutamato, excitador del cerebro, juega un papel en la planificación y control de la conducta. La serotonina regula el estado de ánimo y la toma de decisiones. La noradrenalina aumenta la atención, la respuesta y prepara al cerebro para las reacciones emocionales y fisiológicas. Finalmente, GABA es el principal inhibidor del cerebro que puede aumentar cuando desciendo la probabilidad de los comportamientos impulsivos. La orquesta de la mentira pone a tocar todos estos instrumentos.
El cerebro de la víctima se pone en marcha tratando de descubrir si la información es cierta o falsa. Es como un sistema de contraespionaje. Busca incongruencias y, si hay algo que no encaja, se activa una primera línea. Además, se hace un examen de lenguaje y del tono de voz. Hay una exploración en conjunto que nos verifica sobre la veracidad de la información. La actividad metabólica entra a jugar y se incrementa cerca de un 10% su consumo de oxígeno y glucosa. El cerebro, al mentir, trata de ser inteligente y lo logra a través de las áreas que proyectan planeación y memoria. Se activan zonas emotivas y mentir nos hace irracionales en el corto plazo. La emoción entra y se debe a la liberación de noradrenalina y serotonina. Sigue la mentira y se reclutan neurotransmisores relacionados con el aprendizaje y se involucran también procesos de crecimiento neuronal que ayudan a formar proteínas. Sin duda, la mentira crea nuevas redes o sinapsis.
Los mitómanos se acercan o tienen alteraciones de personalidad. Creen sus mentiras y las desdoblan por mantenerlas. Más del 65% de los adultos mienten en una conversación. Es diferente mentir de vez en cuando o hacerlo en la forma habitual. Cuando se miente, se deja de tener unas respuestas emocionales y esto nos permite afirmar que “el mentiroso se hace, no se nace”. El área anatómica más cercana es la amígdala del lóbulo temporal, que integra las emociones. El mitómano tiene una que deja de reaccionar, crea tolerancia y la sensación de culpabilidad desaparece. Estudios han demostrado que la estructura de los mentirosos patológicos dispone de una cantidad menor de sustancia gris en la corteza prefrontal donde, paradójicamente, tienen más sustancia blanca. Estudios afirman que los mentirosos tienen más conexiones entre sus recuerdos e ideas.
En el cerebro de los mentirosos se encuentra un aumento de la sustancia blanca prefrontal en un 22% y una disminución del 14% de sustancia gris. Los cerebros de estas personas están mejor diseñados para mentir que los normales. Las neuronas espejo le permiten aprender por imitación y, recuerde, la mentira no discrimina escenarios. Desde los dos años el cerebro de los niños está en posición de aprendizaje para mentir. Construir una identidad es una de las causas.
Hay mecanismos fisiopatológicos que respaldan cómo nuestro cerebro miente y cómo se aumenta su flujo sanguíneo al mentir. La amígdala produce un sentimiento negativo que limita en la medida en que estamos preparados para eso. Si los seguimos haciendo, esta respuesta desaparece y nuestras mentiras se vuelven más grandes. Así nos convertimos en mitómanos por una necesidad incontrolable de distorsionar la realidad. La amígdala marca nuestra deshonestidad.
Fuente El Heraldo

El Académico Dr. Remberto Burgos es médico neurocirujano, miembro de la Academia Nacional de Medicina. Miembro Honorario de la Academia de Cartagena. Presidente honorario de la Federación Latinoamericana de Neurocirugía. Expresidente de la Asociación Colombiana de Neurocirugía.
Especialista en Gobierno y Asuntos Públicos