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Por Roberto Estefan Chehab.

Una cosa es el sentimiento y otra el comportamiento. No siempre las cosas “son color de rosa” en las relaciones humanas y las crisis personales llevan a los seres a reaccionar de acuerdo con el momento que internamente viven. No necesariamente se necesita tener argumentos contra otro para justificar un deseo de cambio: la calma y el respeto por todo un camino, mayormente bonito deben primar siempre y el manejo de un criterio férreo a la hora de intentar dar explicaciones a terceros, que no tienen ninguna importancia en la historia de vida de quienes sufren su propio momento. Quizás aparezcan arrebatos combativos, conductas difíciles de entender y que incluso pueden generar dolor en el corazón: Un “te odio”, con frecuencia, de un muchacho adolescente a su madre, solo son palabras de crisis y de ninguna manera una real falta de amor.

El amor es lo que prima al igual que el momento de aprendizaje para ambos: no se puede generar abandono en la crisis cuando se conoce bien la esencia de la persona, su valor y todo ello basado en el afecto: el amor cuando es de verdad todo lo supera. Nadie deja solo a quien ama, a la vera del camino, si está atravesando situaciones que en su momento parecen incomprensibles: debería buscarse un aire de comprensión. La agresividad, el grito de dolor y la confusión pueden apoderarse cuando aparece la impotencia sin que la descalificación del momento signifique un real deseo de ofender o maltratar: desafortunadamente las personas difícilmente manejan una madurez “de libro de psicología” y en realidad, en la vida, las situaciones pueden llegar en momentos en los que hay saturación y cansancio. Se arman conflictos, se pierde la paciencia, sucumbe la serenidad y empieza a configurarse el miedo de ser incapaz de responder al momento de confusión en forma adecuada: hay instantes en los que se olvida el balance de lo positivo, lo construido, lo fundamental y quizás lo más atractivo es dejarlo todo; es cuando la mejor arma parece ser la memoria de lo que molesta, dolió, desconcertó y eso como argumento para sí mismo e incluso para intentar buscar algún apoyo en los demás, es totalmente sesgado.

Nadie, que no tenga la suficiente madurez e información para garantizar la objetividad, debería meterse en vidas ajenas para aprobar o aconsejar o criticar y, así las cosas, se puede echar leña a un fuego que arde sin control cuando lo honesto es tratar de ser constructivo y respetuoso de la situación en sí y no de la complacencia y una falsa palmadita de aprobación. En el ejemplo del adolescente, cuando este sale a su grupo a quejarse de la actitud de sus padres, difícilmente habrá una voz que le indique algo diferente a la rebeldía. Cuando entre adultos hay conflictos, lo adecuado es tener claro que lo más importante es escuchar, si se lo piden, pero abstenerse de opinar y mucho menos dirigir el tema hacia una u otra esquina.

El tiempo y el espacio pueden permitir que las aguas turbulentas se aquieten y así es más factible que vaya apareciendo la claridad individual que es lo que finalmente debe buscarse. En el fragor de la pesadilla nunca aparecen soluciones sanas y las persona necesitan ordenar sus procesos para así vislumbrar la luz que muestre más pertinentemente cual es el sendero más adecuado y que finalmente vale la pena tomar, o rescatar, o desechar.

El amor y los valores ciertos y confiables y la fe en Dios dan la fuerza para entender que, si se trasegó en momentos duros y se consiguió ir despejando el horizonte de mil batallas, seguramente cuando se tiene más experiencia no es justo quemar las naves. Y cuando algo se muestra maravilloso y casi perfecto, tenga cuidado pues generalmente hay escondido algo difícil de captar que puede horadar y dañar lo que realmente vale mucho, se quiere mucho y necesita ser resistido precisamente en los momentos de mayor duda.

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El Dr. Roberto Estefan Chehab es Presidente del Capítulo Quindío de la Academia Nacional de Medicina de Colombia y columnista del periódico El Quindiano.

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