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Por Carlos Corredor Pereira.
El interés oficial por las ciencias útiles comienza con Mutis, quien creyó que debían ser compartidas con la población para que cumplieran su propósito.
La tradición científica de EE. UU. pasa por los experimentos de Benjamin Franklin sobre la electricidad en el siglo XVIII y la publicación en 1732 del Poor Richard´s Almanac que predecía el tiempo y las mejores épocas para la siembra y la pesca. Aunque solo se publicó desde 1732 hasta 1758, tuvo una gran influencia tanto en Estados Unidos como en Francia. La clave de su éxito fue que se divulgó con el hombre común y sus necesidades en mente.
El farmacéutico Cyrenius Bristol editó a partir de 1832 el almanaque que lleva su nombre, para algunos, utilizando las mismas observaciones y series de tiempo que empleó Franklin y para otros, basándose en el efecto que creía tenía la Luna sobre el clima. Lo más importante es que no es un simple almanaque con información meteorológica y astronómica sino que está dirigido al campesino que vive de la pesca y de la agricultura.
Mario Jursich, editor para Colombia, justifica su éxito a que “no tiene largos párrafos ni explicaciones muy detalladas. Es fundamentalmente un resumen de conocimientos útiles, lo que en la época se consideraba que una persona con un mínimo de instrucción debía saber para cumplir con una serie de labores”.
En nuestro país cumplió un papel fundamental resumido por Germán Arciniegas en un artículo de El Tiempo: “Mi curiosidad literaria, como la de casi todos los de mi generación, no nació de haber caído en mis manos ni Homero, ni Cervantes, ni Virgilio, sino el Almanaque de Bristol”. El interés del hombre común por la ciencia y cómo ésta explica los fenómenos naturales que lo rodean y lo confunden permitió que en 1845 se fundara Scientific American, que traduce al español: El Americano Científico, que se ha venido publicando mensualmente durante 176 años. En todos los casos es un individuo que lleva a cabo un experimento o que inventa algo para hacer más fácil su vida y lo comparte con los demás.
Nosotros no tenemos esta tradición. Si bien es cierto que también tuvimos personas que movidas por la curiosidad hicieron descubrimientos científicos, sus hallazgos no se podían compartir, porque toda actividad científica debía tener permiso del rey y era vigilada por la Real Audiencia y las comunidades religiosas. Pero, a pesar de ello, tuvimos científicos.
El primero, posiblemente fue un anónimo cura del Socorro que, bajo el nombre de Antonio Sánchez de Cozar Guanentá, envió en 1696 unos textos a la Real Audiencia para que de allí fueran al rey. Portillo y Moreno encontraron en un rincón de la Biblioteca Nacional sus manuscritos que publicaron en El Tiempo. Según estos investigadores, Cozar propuso, basado en sus propias observaciones, “una concepción dinámica de los cielos, enmarcada dentro del modelo geocéntrico que lo diferencia de los filósofos, teólogos y astrónomos escolásticos que lo han precedido, en el sentido de que ofrece una explicación del movimiento de los cielos sorprendentemente física.”
El interés oficial por las ciencias útiles comienza con Mutis, quien creyó que debían ser compartidas con la población para que cumplieran su propósito. Con este objeto se publica en 1801 el Correo Curioso y entre 1808 y 1811 el Semanario del Nuevo Reino de Granada.
Las gestas de la Independencia interrumpirán estas publicaciones y el Régimen del Terror sacrificará a la flor y nata de nuestros científicos y causará un daño irreparable a la naciente actividad científica.
Oppenheimer se preguntaba hace unos años: “¿Si no se hubiera dado el sacrificio de esa generación, no seríamos una potencia que podría haber competido con las colonias inglesas de Norteamérica?”
Las gestas de la Independencia y luego los empeños de crear una nación independiente se interpusieron al trabajo científico organizado y a su publicación. No sería sino hasta la fundación de la Sociedad de Naturalistas Colombianos en 1859 cuando por fin se retoma esta labor. Pero no quiere decir que durante todo este tiempo científicos aislados, generalmente autodidactas, no continuaran haciendo descubrimientos y publicándolos individualmente. El hombre por naturaleza quiere saber y comunicar lo que sabe a sus semejantes.
El Dr. Carlos Corredor Pereira es Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Medicina. Vicerrector de la Sede Cúcuta, de la Universidad Simón Bolívar. Químico con máster en Ciencias de la Bioquímica Médica. Ph.D. en Bioquímica. Columnista del periódico La Opinión