Le profeso respeto y veneración a nuestra Policía Nacional. Valoro profundamente el esfuerzo que hacen para protegernos. El peligro y sacrificio de sus vidas para defender la nuestra. Su espíritu de servicio y su vocación democrática. Los mandamientos constitucionales que cumple. Me duele cuando ocurren episodios como el de la semana anterior o cuando se muestra ilícitos con la complicidad de ellos. Pero estos casos aislados, como los eventos adversos del personal sanitario, no dan licencia para descalificar a los 170 mil colombianos que integran nuestra fuerza policíaca. Injusto cuando se agrede a los médicos y al personal sanitario bajo el efecto del torbellino de la emoción e igualmente no acepto cuando el ultraje va dirigido hacia nuestros policías. La larga lista de personal sanitario fallecido por cumplir su vocación durante la pandemia (7000 en el mundo) y las lágrimas derramadas, deberían regar la semilla de la empatía y silenciar la ignominia. Recuerde los jóvenes colombianos, mutilados, dinamitados, asesinados en el ejercicio su deber y muchos de estos en cobardes ataques y emboscadas sin oportunidad de defenderse. Este año en el país, cerca de 1700 policías lesionados y agredidos en el cumplimiento de sus funciones. Es vivir con el riesgo permanente.

La salud como la seguridad son derechos fundamentales y valores colectivos. Quienes se encargan de preservarlos merecen toda nuestra deferencia. Son los quijotes de nuestra integridad. Cuando en un cartel que se roba la salud hay un bolígrafo de un médico implicado la decepción es grande. Pido con vehemencia, juzgar el involucrado en un debido proceso y sancionarlo sin consideración. Han defraudado la confianza de la sociedad. En el caso de la policía, quienes deben dar ejemplo de coherencia, pienso igual. Pero en las dos situaciones es imperativo no generalizar pues son sistemas de control que mantienen la homeostasis de nuestra democracia. Cuando el error médico o el exceso de fuerza es por irresponsabilidad, enérgico castigo. Cuando es impericia, otorgar las competencias para profesionalizar su labor.

No es aceptable que estas situaciones tracen en el imaginario colectivo acabar con los médicos o sepultar la policía. Es aprovecharse y buscar dividendos en la desgracia de las víctimas o de los victimarios. Este oportunismo político exterioriza el más primitivo de nuestros sentidos: el asco. Es la reacción repulsiva ante la ausencia de valores de quienes empujan al precipicio anárquico los preceptos constitucionales de seguridad y libertad. Lo ruin de esos personajes siniestros que aprovechan las ventajas del cerebro inmaduro de nuestros jóvenes para colocarlos al frente de las turbas como peones del vandalismo. Son el blindaje del terrorismo. Como los virus, transmisores del odio en carne viva.

Se ha trabajado durante décadas para disminuir los errores y sus dimensiones, Medidas como: corrección en los protocolos, pacto de transparencia, superar estrés laboral, condiciones laborales inapropiadas constituyen la fase inicial. Perseguimos mejorar la competencia técnica, la responsabilidad individual y el profesionalismo del oficio. Evitar el abuso de autoridad de la posición dominante y el encarnizamiento terapéutico. Difundir la ponderación y prudencia como normas —no debilidad— son recomendaciones que el personal sanitario y el cuerpo policiaco de este país necesitan. Es un trabajo en equipo en donde la adherencia de la comunidad, su apoyo y comprensión son los grandes facilitadores de la calidad de la prestación del servicio tanto para los médicos como para la fuerza pública.

Cuando asistí a la misa del cadete Iriarte sacrificado en la Escuela de Policía General Santander, el cuerpo destrozado de ese campesino cordobés de 19 años, quien solo soñaba ser jugador profesional de voleibol, y al ver a su padre consolándose con la bandera de Colombia me preguntaba: ¿cuántas víctimas más necesita el ADN de este país para que la epigenética nos devuelva la dignidad y el decoro de la existencia?


*El académico Remberto Burgos de la Espriella ha ejercido la Neurocirugía desde la academia, la práctica privada y las actividades gremiales. Nació en Buenos Aires, Argentina 1/V/1955 pero se siente orgullosamente cordobés. Fue Presidente de la Asociación Colombiana de Neurocirugía. Presidio el Congreso Latinoamericano de Neurocirugía más exitoso de todos los tiempos, y fue designado Presidente Honorario de la Federación Latinoamericana de Neurocirugía.

Este artículo fue publicado originalmente en LA LINTERNA AZUL.