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Artículo sobre la conferencia del Dr. Marco Fonseca González, especialista en neurocirugía, miembro de la Academia Nacional de Medicina, presidente del Capítulo de Norte de Santander, en el marco de la Cátedra de Humanismo Médico.
Inmediatamente después de la pandemia, el Dr. Fonseca emprendió un viaje a París para reencontrarse con parte de su familia. Allí, halló un pequeño libro titulado Codex 632, escrito por José Rodrigues dos Santos, cuya portada prometía revelar “la verdadera historia de Cristóbal Colón”. Lo compró y leyó de un tirón durante el vuelo de regreso, quedando con una serie de interrogantes que lo llevaron a estudiar más profundamente el tema hasta inspirarlo a escribir su propia reflexión.
La primera idea que vino a su mente es que el llamado Descubrimiento de América no fue un hecho fortuito, sino la culminación de una compleja red de interconexiones globales. Cristóbal Colón, cuyo verdadero nombre -según algunas teorías- habría sido Cristóbal Guerra Colona, era probablemente un judío sefardí nacido entre España y Portugal, en tiempos en que muchos conversos afirmaban provenir de Génova para ocultar su origen. Su viaje representó la primera globalización: el encuentro de culturas, conocimientos y rutas comerciales que transformaron al planeta en un escenario de intercambio y conflicto.
El contexto que permitió esta empresa se había forjado décadas antes. En 1453, la toma de Constantinopla, bajo el liderazgo del sultán Mehmed II por los turcos otomanos, bloqueó las rutas comerciales hacia Oriente, obligando a Europa a mirar hacia el Atlántico. Portugal y España, urgidos de encontrar nuevas vías para el comercio de especias y el oro necesario para financiar sus guerras santas, iniciaron una carrera marítima sin precedentes.
En ese mismo siglo XV, el mundo era un mosaico de imperios y reinos fragmentados. China, bajo la dinastía Ming, era la potencia más avanzada: dominaba el comercio, había inventado el papel moneda y sus navegantes, como el almirante Zheng He, surcaban los mares con flotas monumentales. Pero el aislamiento que impuso su emperador en 1433 la hizo cerrarse sobre sí misma; fue esta dinastía quien construyó buena parte de la muralla actual, dejando el espacio libre para que Europa tomara el protagonismo marítimo. En la India, los reinos hindúes y musulmanes se disputaban el poder, mientras que en el sudeste asiático se consolidaban monarquías budistas de las cuales poco se sabe.
Al otro lado del océano, América florecía sin ser aún conocida por Europa. En Mesoamérica, hacia el siglo X, el imperio maya en Yucatán se fraccionó en 17 provincias y las ciudades principales fueron abandonadas aparentemente por sequías prolongadas, presión demográfica y guerras internas. Los aztecas habían erigido en el siglo XIV un imperio teocrático donde los sacrificios humanos eran parte esencial de su cosmogonía. En los Andes, los incas, organizados y poderosos, dominaron vastos territorios desde el Cuzco.
Imperios, espléndidos y bárbaros a la vez, pues esclavizaron a los pueblos conquistados, mostraban una fortaleza centralizada que sería también su debilidad. Mientras tanto, los pueblos caribes venidos de la Orinoquía se instalaron en las Antillas, en medio de continuos conflictos y migraciones.
En África, el siglo XV trajo transformaciones profundas con la llegada de los portugueses. Antiguos imperios como Malí y Songhai declinaron bajo el peso del comercio esclavista y la penetración musulmana. En este escenario de transiciones, el Imperio Otomano se consolidó como una amenaza constante para Europa, dominando las islas mediterráneas, genovesas y venecianas y controlando las rutas del Mediterráneo. Europa, dividida por guerras internas, respondió con diplomacia y con un incipiente concepto de Estado moderno en Italia, donde los poderes económicos estaban al servicio de las fuerzas políticas. El poder civil ganó terreno sobre el poder eclesiástico, se inventó la contabilidad pública y el impuesto sobre las transacciones.
La invención de la imprenta por Gutenberg en 1434 multiplicó el conocimiento y liberó las ideas del control eclesiástico. Los libros circularon en lenguas vernáculas, nacieron los nacionalismos y el pensamiento científico comenzó a desafiar la fe. El saber se convirtió en poder, y con él renacieron las matemáticas, la economía y el concepto moderno de progreso.
España y Portugal se encontraban entonces en pleno proceso de consolidación. Con el matrimonio de los Reyes Católicos y la expulsión de los musulmanes y los judíos en 1492, la península ibérica se unificó bajo un fervor religioso y un poder centralizado. Portugal, por su parte, bajo el reinado de Juan II, lideraba la exploración marítima hacia el sur de África, abriendo paso al Cabo de Buena Esperanza y al comercio con el Índico. Con el Tratado de Tordesillas, firmado el 7 de junio de 1494 entre España y Portugal, se acordó dividir el “Nuevo Mundo” en dos áreas de influencia mediante una línea imaginaria. Asignando el hemisferio occidental a España y el oriental a Portugal, de allí la incorporación de Brasil a Portugal.
El comercio se transformó en el motor del mundo. Los puertos de Lisboa, Amberes y Génova se convirtieron en centros de intercambio global. El mar reemplazó a la tierra como vía principal de transporte y riqueza; la construcción naval se volvió una industria pujante, símbolo del nuevo orden mercantil que desplazó al feudalismo. Las rutas de especias, oro y textiles reconfiguraron la economía mundial, y cuando los otomanos bloquearon el Mediterráneo, Europa comprendió que debía buscar nuevas rutas: rodear a África o aventurarse hacia Occidente.
El año 1492 marcó el nacimiento de un mundo nuevo. Con la llegada de Colón a América, Europa amplió sus fronteras físicas e intelectuales, apostando por la expansión y el dominio. Los barcos europeos comenzaron a poblar los mares, llevando consigo sus lenguas, sus dioses y su ambición. Orientados hacia un mundo en donde seguimos navegando todavía.
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Intervención completa en: EL MUNDO ANTES DE LA CONQUISTA DE AMÉRICA
Nota. Victoria Rodríguez G. Comunicaciones Academia Nacional de Medicina
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