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Por Álvaro Bustos González.
A raíz de la declaratoria de inconstitucionalidad de la cadena perpetua para violadores de niños por parte de la Corte Constitucional, volvimos a presenciar las periódicas y acerbas discusiones a las que somos dados, siempre en torno a lo jurídico, un ámbito que últimamente se ha llenado de un buenismo aterrador, como si jueces y magistrados desconocieran los entresijos de la condición humana, omitiendo muchas veces el carácter dislocado del hombre y la perentoria necesidad de ejercer sobre sus desvíos una autoridad terminante.
El debido proceso, como si la flagrancia no existiera y los reglamentos fueran letra muerta, se convirtió en Colombia en una verdadera camisa de fuerza que, tarde o temprano, acaba por favorecer a quien infringe la ley. Para el caso que nos ocupa, vale la pena saber y recordar que la conducta de los garavitos no es resocializable. Tampoco es necesario sumirse en una búsqueda obsesiva del origen del comportamiento de pedófilos y pederastas. Como en todo perfil humano, aquí también hay gradaciones. Las víctimas en este caso, que son los niños, no admiten elucubraciones psicopatológicas, sociológicas, caracterológicas, psicoanalíticas o jurídicas, puesto que un niño es un ser indefenso y su abusador procede siempre a plena conciencia de lo que está haciendo, sin ninguna vergüenza ni arrepentimiento, y soliendo justificar su infamia.
Así están las cosas: se estima que entre 15% y 25% de los adultos de hoy han sido objeto de alguna forma de arbitrariedad sexual durante su infancia, 25% mujeres y 12.5% varones. Los perpetradores varones tienden a elegir a sus víctimas entre los ocho y los trece años, en tanto las mujeres se inclinan más por los menores de cinco años y los adolescentes. De modo que el problema existe y es grave, y las sociedades deben tomar medidas disuasivas para evitar que los abusadores no le teman a nada.
Que no los denuncian, que se mimetizan, que el sistema carcelario no da abasto, que ahora existen sofisticadas interpretaciones de las normas, que quien deshonra la dignidad ajena también tiene la propia y por eso merece que se le conceda una segunda oportunidad, todo ello parece un juego candoroso que recuerda a los filósofos de Bizancio, quienes discutían el sexo de los ángeles mientras los turcos invadían a Constantinopla.
Si nada nuevo se hace y prevalece la indigna dignidad de los delincuentes sobre la inocencia de los niños, estaremos incubando un nido tenebroso de nuevos pederastas y pedófilos, como para que la fiesta continúe.
El Dr. Álvaro Bustos González es especialista en Pediatría. Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad del Sinú y Presidente del Capítulo de Córdoba de la Academia Nacional de Medicina