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Por Luis María Murillo Sarmiento. Miembro correspondiente Academia Nacional de Medicina *
Los movimientos intelectuales, filosóficos y artísticos, como el humanismo griego (siglo V a. C) o el humanismo del renacimiento (siglos XIV-XVI) al destacar al hombre y sus valores enaltecieron la dignidad humana. También la han destacado el humanismo cristiano –espiritual- como el humanismo materialista, desde sus propias ópticas. Altruismo, como filantropía nacen de ella y convergen en ella.
La dignidad, ateniéndonos a criterios teóricos filosóficos, es un bien absoluto. Con lo que se quiere expresar que es independiente de toda circunstancia. Ni el sexo, ni la edad, ni el credo, ni la raza, ni la posición social, ni ninguna otra condición la subordinan. Es un valor fundamental inherente al ser humano, que no se otorga, sino que se debe reconocer indefectiblemente. Y como valor fundamental, es pilar de múltiples principios, que se traducen en el respeto por el ser humano y que deben, sin condicionamiento alguno, a todos cobijarnos.
Sustentada en lo humanitario y lo moral la dignidad se ha incorporado a todo tipo de leyes y tratados que hacen obligatoria su observancia. Particularmente en defensa del débil y el vulnerable.
“La superioridad del ser humano sobre los que carecen de razón es lo que se llama la dignidad de la persona humana”, afirma Oscar Garay. Criterio ya expuesto en el siglo XVIII por Immanuel Kant, filósofo alemán. Planteó Kant el valor relativo del ser irracional, frente al valor objetivo de los seres humanos. Reconoció a las personas como fines en sí mismas y sentó el impedimento moral –al no ser cosas- de usarlas como medio y de utilizarlas para nuestros fines. Concluyó por lo tanto que el ser humano no tiene precio: tiene dignidad. Los seres humanos no son en consecuencia negociables.
Dada por sentada la dignidad, sobre ella se erigen todos los derechos: a la vida, a la libertad, a la expresión, a la propiedad, al credo y todos los que las leyes, tratados y declaraciones universales a los seres humanos le conceden. Se convierte, así como un derecho natural por el sólo hecho de ser de nuestra especie. Qué fácil, como médico, comprenderlo en mi relación con el enfermo.
Pero saliendo de ese ámbito su aplicación se hace para mí más difícil de comprender, porque ese reconocimiento tiene, a mi parecer, implícitas ciertas condiciones. Por ser digno al ser humano se le trata con humanidad, pero por ser digno se espera que actúe humanamente. No se espera humanidad de otra especie hacia la humana, pero sí de ésta hacia las otras, en virtud de la interacción de su voluntad, su conciencia y su razón.
¿Qué ocurre cuando el ser humano abandona esta condición y actúa de forma feroz contra sus semejantes? ¿Su dignidad-supuesta un absoluto- se resiente? ¿Se menoscaba ese valor fundamental? Seguramente. El asunto, contradictorio y polémico, no tiene relevancia cuando de la atención sanitaria se trata, porque en salud la dignidad y el trato humanitario son axioma. La cuestión se vuelve polémica en lo social y en lo penal, particularmente en la actitud ante los delincuentes. Sostengo, entonces, que la dignidad no es un bien ilimitado y que sí demanda una responsabilidad mínima del titular de ese derecho, porque ser digno es ser, también, merecedor de algo.
En polémica decisión la Corte Constitucional dejó sin piso la norma que estableció la cadena perpetua para violadores de menores. Conocí diversos argumentos contra tal condena, pero jamás creí que la dignidad del delincuente fuera el preponderante para declarar inexequible la prisión perenne. Era un débil argumento, por no decir que un inexistente.
Desde el punto de vista lógico y semántico el crimen riñe con la dignidad. El crimen no es digno, y no lo es el delincuente en la medida en que no se comporta con dignidad. Más aún, considero que tácitamente el criminal con su comportamiento renuncia a sus derechos cuando viola los de sus víctimas. Sin tanta disquisición la sabiduría popular sostiene que hay que respetar para que lo respeten.
Indudablemente falta más sentido común y apreciaciones más prácticas para luchar contra la criminalidad. Entre tanto la patria se desangra.
* Reflexiones que surgen de un reciente fallo jurídico y la relectura de un viejo texto que escribí sobre la dignidad contenido en: Murillo-Sarmiento LM. La deshumanización de la salud – Consideraciones de un protagonista.1a ed. Bogotá: Cargraphics; 2009. p. 9-11.
El Dr. Luis María Murillo Sarmiento es Médico Ginecoobstetra y escritor. Docente en Medicina y Bioética.
Miembro de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina y Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Medicina de Colombia.