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Por Pablo Rosselli-Cock

La atención, como la libélula, vuela de manera azarosa de aquí para allá en la cabeza de los seres humanos. Suele centrarse en el pasado o en el futuro e impide disfrutar el único tiempo que existe, el presente. Lo que pasó ya no está, y lo que viene es incierto. Vivir de manera consciente el ahora trae bienestar en tanto que una mente itinerante va acompañada de ansiedad y desasosiego.

Estar consciente de cada instante en sintonía con el presente (mindfulness o atención plena) no es fácil y requiere de entrenamiento como en cualquier disciplina deportiva o intelectual. Para situar la mente en el ahora se necesita disposición y perseverancia, y se puede hacer con la práctica de la meditación, o informalmente en las actividades de la vida diaria como caminar, cocinar, escuchar música, conversar o lavarse los dientes.

Para que la atención no divague como cometa al viento y las emociones no dominen las psiquis, basta con anclarla mediante una poderosa herramienta, la respiración. Con la mente concentrada en la inhalación y la exhalación se llega al único lugar en el que se debería estar, el aquí y el ahora.

El hombre moderno está preparado para pensar y crear, pero no para tener su atención fija y existe la falsa creencia que llevar a cabo varias actividades de manera simultánea lo hace más eficiente. Los individuos que hacen muchas cosas a la vez bajan la calidad de su trabajo, sufren de estrés y padecen agotamiento mental.

En la práctica de la atención plena, que es una forma de conectarse con la vida, se adoptan algunas actitudes que buscan el bienestar y la armonía.

 

Estas actitudes son:

No juzgar- los hombres están llenos de prejuicios y tienen la costumbre de etiquetar las experiencias. Es mejor tomar la postura de testigos imparciales como una manera de cultivar la atención plena.

Mente de principiante- asumir las vivencias con la curiosidad de los niños para quienes cada momento es nuevo y único, sin aferrarse a viejas opiniones y preconceptos.

La paciencia-  es una virtud en la que se comprende que la vida se desenvuelve a su ritmo y que las cosas no llegan cuando se desean sino cuando las circunstancias lo permiten.

La aceptación- reconocer la realidad y actuar dejando de lado ideas y sensaciones a las que la mente se adhiere. Aceptar no es sinónimo de pasividad.

Dejar ir – gran parte de la insatisfacción radica en el apego y el deseo de que las cosas sean de una manera y no como son. “Let it be”, como en la canción de Los Beatles.

La gratitud- el solo hecho de estar vivos y sanos, aunque casi nunca lo reconocemos, es motivo de gran alegría.

La generosidad- dar felicidad a los demás dedicándoles nuestros pensamientos tiempo e interés.

Qué bien vendría adoptar estas actitudes en este momento de zozobra y conflicto social en el que tanta falta hacer respirar pausada y profundamente antes de actuar.

 

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Pablo Rosselli Cock es Médico cirujano, ortopedista y traumatólogo, Pontificia Universidad Javeriana. Ortopedista infantil, Programa Instituto Roosevelt, Pontificia Universidad Javeriana. Fellow en investigación en Ortopedia Infantil, Dupont Hospital for Children, Wilmington, Delaware, Estados Unidos.

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