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El Dr. Abel Fernando Martínez, médico con PhD en historia, Decano de la Facultad de Medicina de la UPTC, director del Museo de Historia de la Medicina de la UPTC, en el marco del cine foro “Ana Julia” en la Academia Nacional de Medicina, expuso la historia de este cuestionado procedimiento usado para  controlar y someter a pacientes considerados psiquiátricos.

Narra el Dr. Martínez que hace 45 años escribió su primer libro “La razón de la locura y la locura de la razón”, que cuenta la experiencia del hospital psiquiátrico de Boyacá. Desde allí, formó parte de un movimiento internacional a favor de los derechos del loco, en pro de la humanización de la locura y del mejoramiento de sus condiciones de vida.  Sostiene que así como las cárceles no regeneraban, los hospitales psiquiátricos tampoco curaban. 

Las instituciones mentales fueron usadas indiscriminadamente para castigar a disidentes políticos, a personas homosexuales consideradas “enfermas” o a cualquier persona considerada “anormal” sin mayores estudios previos. 

La lobotomía, conocida como leucotomía por su creador, el neurocirujano portugués Antonio Egas Moniz, se originó en 1935 como un método para tratar enfermedades mentales severas mediante la destrucción de tejido cerebral en los lóbulos frontales. Egas Moniz recibió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1949 por este trabajo, a pesar de las controversias que pronto surgieron en torno a sus efectos y ética.

Inspirado por  el trabajo del biólogo John Fulton quien había explicado en un congreso médico que una cirugía cerebral para remover el lóbulo frontal de una chimpancé acabó con sus berrinches agresivos,  Egas Moniz realizó la primera leucotomía humana en el Hospital Santa María de Lisboa con la colaboración de su colega Pedro Almeida Lima. Entre noviembre de 1935 y febrero de 1936, en sólo cuatro meses leucotomizó a 20 pacientes. Según Moniz, el 35% de los pacientes leucotomizados mejoró sustancialmente y otro 35% sólo parcialmente, muchos sufrieron efectos secundarios graves como incontinencia, apatía y desorientación, que Moniz atribuía como transitorios.

El procedimiento, que inicialmente usaba inyecciones de alcohol en el cerebro y luego avanzó a la técnica quirúrgica directa con un cuchillo especializado, se expandió rápidamente después del premio Nobel de Egas Moniz. En los Estados Unidos, especialmente, el número de lobotomías aumentó drásticamente, promovido por médicos como Walter Freeman, quien adoptó métodos más simples a los que llamaron lobotomías.

La lobotomía llegó a Estados Unidos gracias a Walter Jackson Freeman y James Winston Watts, quienes adoptaron la técnica de Egas Moniz en 1936. Freeman, un neurólogo sin formación quirúrgica, simplificó el procedimiento creando la lobotomía transorbital, conocida como la técnica del picahielo, que permitía acceder a los lóbulos frontales a través de los párpados. Esta técnica, promocionada como fácil de realizar en pocos minutos, se expandió rápidamente, llevando a Freeman a viajar en el “lobotomóvil”, un quirófano móvil donde realizó miles de intervenciones.

Freeman extendió el uso de la lobotomía desde pacientes con esquizofrenia severa hasta personas con depresión, obsesiones, agresividad, epilepsia e incluso homosexualidad, promocionándola como una manera de “rejuvenecer” la personalidad. Llegó a afirmar que había operado a 22 pacientes en sólo 135 minutos, empleando en promedio seis minutos en cada lobotomía. Entre sus casos más notorios está el de Rosemary Kennedy, hermana de John F. Kennedy, a quien lobotomizó dejándola con secuelas severas como incontinencia y discapacidad mental.

La lobotomía enfrentó entonces críticas por su falta de rigor científico, efectos impredecibles y graves consecuencias para los pacientes. La neuroquímica  y la aparición de la clorpromazina en 1952 marcaron un cambio hacia tratamientos farmacológicos. Eventualmente, el Congreso Mundial de Neurocirugía de 1973 descalificó formalmente la psicocirugía, señalando su falta de base científica y ética. En 1953 eran aproximadamente 20.000 los estadounidenses que habían pasado por el procedimiento.

El movimiento antipsiquiatría, liderado por figuras como David Cooper, Robert Laing y Thomas Szasz, surgió en respuesta a prácticas psiquiátricas controvertidas como la lobotomía. Szasz sostenía que la mente no es un órgano anatómico como lo es el páncreas, el corazón o el hígado, por lo tanto no puede hablarse de una enfermedad mental. Este movimiento abogó por enfoques terapéuticos menos invasivos y más humanitarios, buscando abolir prácticas terroríficas como los choques insulínicos, los electrochoques, el abuso de los psicofármacos, demoliendo las estructuras jerárquicas y democratizando la relación con los pacientes. 

Un procedimiento cuestionable para muchos, o que debe ser analizado bajo la mirada de la época para otros, cuando no había mucho conocimiento sobre enfermedades mentales y los recursos farmacológicos y tecnológicos eran escasos. 

Nota. Victoria Rodríguez G. Comunicaciones Academia Nacional de Medicina

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