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Por Álvaro Bustos González*

Meses atrás, cuando comenzaba la pandemia y pocas cosas se sabían del virus y su comportamiento, el segmento moralmente superior de nuestra sociedad asumió la defensa de la vida por encima de la economía. ¡Primero la vida!, proclamaba sin rebozo la alcaldesa de Bogotá, mientras le echaba vitriolo al gobierno central, haciéndole una oposición
sistemática, culpándolo de todos los males.

Años atrás, el puntero en las encuestas para la presidencia de la república, que pretende humanizar y adecentar al país, prohibió arbitrariamente las corridas de toros en Bogotá porque en su período no habría “espectáculos de muerte”. Se le había olvidado que él hizo parte de un movimiento guerrillero que mató a mansalva y secuestró sin piedad, hasta llegar a la horrible noche del Palacio de Justicia. Esas vidas no importaban.

Un mes atrás, un sindicato de burócratas eternizados en sus cargos, en obediencia a una estrategia de demolición del gobierno actual, convocó a un paro nacional que todas las noches termina en desmanes, destrucciones y, obviamente, muertos y heridos. Pero aquí solo importan los muertos del vandalismo; la muerte y la humillación de los policías, que
hacen parte del pueblo en favor del que, supuestamente, se realizan las protestas, son merecidas: eso les pasa por defender la institucionalidad de la burguesía. Los únicos que tienen derecho a la ira y a violar los derechos humanos de los demás son los agentes de la revuelta criminal, que bloquean carreteras y destrozan buses y bienes ajenos. Al policía agredido y vilipendiado le corre agua por las venas, y por eso debe soportar en silencio y cabizbajo toda clase de ultrajes, pedreas y cuchilladas. Sus vidas no importan.

Tampoco importan las vidas de quienes fueron invitados a la revuelta y adquirieron la peste en la calle. No se tuvieron en cuenta las admoniciones de las autoridades de la salud ni las advertencias del sentido común: otra vez los hospitales están al borde del colapso, los medicamentos escasean y las camas de cuidados intensivos no dan abasto. La respuesta cínica que dan es que “esa gente -se refieren a los titanes de la violencia- no tiene nada que perder”.

La explicación de por qué la izquierda no ha llegado al poder en Colombia se encuentra en el medio siglo de guerrillas que nos atribularon, en sus anacrónicos dogmatismos y en su soterrada aceptación de todas las formas de lucha. Con este paro y sus consecuencias da la impresión de que han resuelto postergar esa posibilidad. Parecen brutos.

Decano, FCS, Unisinú -EBZ-.

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