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Por Gloria Arias Nieto
El 7 de junio sentimos una tristeza desgarradora, personal y colectiva, un dolor que no sentíamos hace más de 30 años. Atentaron contra el precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, contra la democracia y contra Colombia.
De tanto sumar insultos y multiplicar animadversiones, de tanto acumular incumplimientos de poderes sucesivos, nos perdimos en retóricas y venganzas, y olvidamos que un niño de 14 años estaba dispuesto a disparar un arma para matar a un hombre.
Y así es como se derrota la vida, así, por indiferencia o por maldad, por ineptitud o complicidad. Por eso los huérfanos de la violencia no cabrían ni en cien ni en mil plazas atiborradas y cubiertas de luto. Por eso es tan difícil explicarles a nuestros nietos de qué se trata la democracia, y suplicarles que no pierdan la fe en su país, que sigue siendo el nuestro, aun cuando no hayamos sabido cómo defenderlo.
Hace 34 años mataron a la mamá del hoy senador Miguel Uribe. Entonces era Miguelito, un niño que iba a cumplir cinco años, la imagen de la ternura cobijado por el amor protector de dos mujeres a las que quiero y admiro de corazón: su hermana María Carolina y su abuela doña Nydia.
Miguel y yo hemos estado en las antípodas del pensamiento político, y hoy lo único que me importa es que le salven la vida.
Es domingo al mediodía, los que saben rezar rezan, los fiscales investigan, los médicos intentan salvar, las enfermeras cuidan, los políticos declaran, los oportunistas incendian, las familias lloran y lloran, y se preguntan -nos preguntamos- hasta cuándo tendremos que vivir y morir en la mira del sicario de turno.
Tres urgencias:
La primera, que Miguel Uribe se salve de este horror, que pueda ejercer su vocación y vea crecer a sus hijos; y que, desde el cielo, su mamá le dé fuerzas para hacer lo que se espera de un hombre de 39 años: vivir.
La segunda, expresar mi entrañable solidaridad con su familia.
Y la tercera: hacer lo posible y lo imposible para que en Colombia las armas ni silencien, ni compren, ni impidan la política. Un país sin democracia es un país con el horizonte muerto. Y para lograr una política libre de balas tenemos que empezar por algo que se ha repetido hasta el cansancio: ¡Desarmemos las palabras! Desarmemos la cotidianidad, la voz con la que hablamos y el teclado con el que escribimos. Desarmemos la forma de reclamar lo que creemos justo, la manera de plantear y enfrentar los desacuerdos. Matarnos verbal y físicamente será siempre la peor de las ideas. ¿Cuántos muertos nos faltan para aprender a disentir con argumentos y en democracia, y no con fanatismos y lluvias de plomo?
No, amos de la política, de la criminalidad, del poder o la insensatez: las diferencias no se resuelven con descalificaciones ni municiones; profundizar las grietas que nos dividen solo trae más fracturas y más dolor. Lo que realmente demostraría un amor por Colombia, y no por egos o intereses partidistas, económicos o personales, sería convocar ya, sin perder más tiempo, a gobernantes y gobernados, a elegibles y electores, a los partidos políticos de todo color y bandera, a deponer las violencias que cada uno trae a cuestas; comprometernos a desterrar las palabras que incitan al odio, y dejar que a las armas se las devore el óxido, la inutilidad y la memoria del daño causado.
El sábado atentaron contra Miguel Uribe y las autoridades tienen la obligación de mostrarle al país no el niño de 14 años que apretó el gatillo, sino el poder perverso que ordenó el atentado. Y a nosotros nos corresponde lograr acuerdos sociales y políticos que nos demuestren que no somos un puñado de egoístas desahuciados por la violencia.
Fuente: El Espectador

La Académica Dra. Gloria Arias Nieto es médica con experiencia en planeación y dirección de servicios de salud en el campo de la protección social. Escritora y periodista.
Columnista de El Espectador y Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Medicina.