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Hace pocos días sorprendió la noticia de la muerte temprana del director de cine colombiano Jaime Osorio, quien según reprodujeron algunos medios de comunicación decidió aplicarse la eutanasia a causa de un cáncer que padecía hace 6 años. Al ser un tema sensible es importante recordar una columna del Académico Fernando Sánchez Torres escrita para el diario El Tiempo en el mes de Agosto.
Por Fernando Sánchez Torres.
Recientemente, el Ministerio de Salud se ocupó de reglamentar el procedimiento encaminado a ponerle fin a la vida de aquellos enfermos en estado terminal, previa manifestación explícita de que esa era su voluntad. Posteriormente, la Sala Plena de la Corte Constitucional amplió las indicaciones para la práctica de la eutanasia, al establecer que el estado terminal no era requisito indispensable, pues igualmente podían considerarse beneficiarios del procedimiento quienes padecieran patologías graves e incurables, acompañadas de intenso sufrimiento. El requisito ineludible es que la eutanasia sea practicada por un médico, es decir que sea el agente activo.
Grave responsabilidad para los discípulos de Asclepio, o Esculapio, tenido como el padre de la medicina. Desde su aparición en el mundo occidental, el médico ha vivido al lado de la muerte. En su más remoto origen vino de la muerte y regresó a ella. La mítica de la antigua Grecia recoge la versión de que Asclepio nació de una madre muerta: Corónide. Apolo, en un arrebato de celos, instó a su hermana Artemisa a que le quitara la vida, no obstante estar gestando un hijo suyo. Mas luego se arrepintió y pidió al multifacético Hermes –el del caduceo que atraía las almas de los muertos– que lo extrajera vivo del vientre materno ya cadáver. El centauro Quirón –el de las manos prodigiosas– se encargaría de enseñarle el arte médico.
Asclepio, que significa ‘incesantemente benévolo’, acusado por Hades –dios de las tinieblas, es decir, del ‘más allá’– de sustraer sus súbditos o de impedirles llegar a sus dominios, recibió la muerte por conducto de Zeus; por considerarlo necesario entre los vivos, lo resucitó. Según Homero, desde entonces Asclepio redivivo siguió siendo incesantemente benévolo con los hombres cuyo cuerpo padecía algún daño, pero sin ocuparse de los cuerpos ya cuasi cadáveres, “como el juez –dice Homero– mata a los hombres poseídos de un alma incurable a fuerza de crímenes”.
Nunca la misión del médico ha sido quitar la vida. Al contrario, siempre ha sido el más aguerrido luchador contra la muerte, tanto que a veces se olvida de que ese papel tiene su límite. Sí, empecinarse sistemáticamente a no dejar morir a nadie es una palmaria insensatez que ofendería al dios Hades y que Zeus podría castigar.
La eutanasia, es decir, la muerte provocada por piedad no es un proceder nuevo. Desde 1605 fue propuesta por ‘sir’ Francis Bacon –filósofo, político y escritor inglés–, quien se atrevió a sugerir que fueran los mismos médicos los encargados de practicarla. Por supuesto que tan audaz recomendación no tuvo buen recibo, dado que en el mundo occidental el ejercicio de la medicina ha estado regido éticamente por el Juramento hipocrático, promulgado cinco siglos antes de Cristo, en una de cuyas cláusulas ordena: “No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal ni haré semejante sugerencia”. Aun así, no han faltado médicos que contraríen ese tradicional mandato y, bajo el dictado de su conciencia, obren con criterio humanitario.
Un caso representativo del actuar ético-médico humanitario frente a la eutanasia fue el que protagonizó Max Schur, médico de confianza de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis. Como es sabido, este padeció de un cáncer oral durante 16 años. Sus colegas le practicaron más de treinta cirugías y lo sometieron a radioterapia. Además, tuvo que soportar una tosca prótesis para hablar y comer. A la edad de 83 años, agobiado por la enfermedad y el sufrimiento, solicitó al doctor Schur que le ayudara a morir. Algunos centigramos de morfina intravenosa pusieron fin a su vida.
Menciono otro caso mucho más cercano: el del médico colombiano Juan Marín, pionero de la anestesia técnica entre nosotros, quien, ya septuagenario y retirado de la profesión, declaró a la prensa que había practicado varias veces la eutanasia. Al igual que él, seguramente muchos médicos han actuado así, en silencio, al impulso de un sentido humanitario. Proceder de esa manera no es fácil. Se requieren compenetración con el dolor ajeno y claridad en la concepción de los principios éticos.
Columna originalmente publicada en el diario EL TIEMPO
El Dr. Fernando Sánchez Torres es Médico cirujano, académico, escritor y artista plástico renombrado por sus virtuosos trabajos enfocados en medicina y arte.