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Académico Jaime Arias Ramírez.
La educación es un sistema complejo y dinámico, que evoluciona constantemente al tenor de las demandas y necesidades de la población, de las tendencias tecnológicas y de las prácticas pedagógicas. Antes de proponer reformas, cualquier gobierno sensato se debe preguntar si estas son necesarias y constituyen un reclamo general; si se cuenta con la capacidad para plasmarlas en planes, programas y acciones; si existen análisis y propuestas interesantes fruto de amplios y profundos debates, y si los cambios requeridos deben tramitarse como leyes, decretos o simples resoluciones.
Como muchas de las iniciativas gubernamentales, la reciente propuesta para reformar a fondo la educación no busca el desarrollo de un sistema educativo integral, innovador, eficaz y pertinente, sino crear la sensación de que se están introduciendo cambios de fondo: casi un enfoque “adanista”, el comienzo de un nuevo gran período. Más bien se trata de un conjunto de iniciativas teóricas, de banderas ideológicas y sin contenido de fondo, con propósitos más políticos que de desarrollo y avance del sistema, con fundamento en la ampliación progresiva y casi infinita de los derechos y garantías.
Somos una nación delirante, como escribió recientemente un estudioso de la realidad latinoamericana, más interesada en debates abstractos, consignas etéreas y planteamientos ideológicos que en los verdaderos cambios. “Repúblicas aéreas” las denominaba el Libertador. Nos contentamos con escribir leyes, expedir normas utópicas y pronunciar discursos efectistas, en lugar de construir políticas serias y proyectos viables; por ello, la mayoría de las iniciativas se quedan en el papel, como un saludo a la bandera o un memorial de iniciativas.
Los países desarrollados respetan y garantizan los derechos fundamentales de comunidades y de ciudadanos sin tener que plasmarlos en constituciones o en leyes estatutarias. Nosotros, en cambio, promulgamos extensas normas que invocan toda clase de derechos, exigencias y garantías sin que los textos se conviertan en realidades reivindicatorias. Nos conformamos con las constancias históricas, con las declaraciones públicas, con promesas incumplibles y con haber escrito proyectos de ley llenos de enunciados inaplicables.
La reforma estatutaria de la educación tiene elementos de propósito que todos estaríamos dispuestos a defender y acatar, como la educación gratuita oficial a niños y jóvenes desde el nacimiento hasta los doctorados universitarios y, luego, al resto de la población adulta, hasta la vejez; educación universal, plural e inclusiva; profesionalización de nuestros educadores, con un pago justo y digno; entendimiento de la educación como una serie de ciclos continuos, desde el nacer hasta el morir; construcción de escuelas y centros universitarios en poblados de la Colombia profunda; dotación con la última tecnología a todos los establecimientos educativos para emular a países como Finlandia u otros. ¿Quién podría oponerse a esos deseos o aspiraciones?
Si se trata de ofrecer calidad más que cantidad, la educación básica y la posmedia están expuestas a enormes desafíos y dificultades. La calidad no se resuelve solo con presupuestos, necesita reenfocarse, requiere esfuerzos técnicos y humanos, nuevos enfoques pedagógicos y, sobre todo, políticas públicas serias acompañadas de planes de largo plazo que involucren a varios gobiernos. El actual proyecto de reforma de la educación no se refiere a esos elementos, se enfoca en prometer paraísos y ríos de miel y leche; la mayoría de sus treinta y seis artículos son un repositorio de buenas intenciones y de vanas promesas, mas no la base de verdaderas transformaciones.
El sistema educativo integra gran cantidad de factores de orden cultural, social, económico, tecnológico y pedagógico; además, contribuye a moldear el carácter de la sociedad; evoluciona con la economía, la política y las capacidades de la sociedad, y se mueve lentamente, lo cual no significa que no debemos mantener una atención permanente sobre él ni que no requiera reformas y ajustes periódicos. Pero pensar en redefinirlo con un documento escrito a muchas manos, en corto tiempo y con limitados fundamentos es, por lo menos, ilusorio.
El Dr. Jaime Arias Ramírez es Rector de la Universidad Central.
Médico y educador. Exministro de salud y educación. Miembro Honorario de la Academia Nacional de Medicina.