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Por Fernando Sánchez Torres

El cáncer, con justa razón, es considerado un verdadero azote para la humanidad. No obstante los esfuerzos entregados por los científicos para combatirlo, sigue campeando. No se ha podido establecer con certeza qué lo desencadena. La verdad es que se expresa de manera polimorfa, con distintos grados de intensidad. Afortunadamente se cuenta con recursos que pueden curar algunos pocos, pero su erradicación definitiva parece imposible.

Equiparar el cáncer con la violencia pienso que no es descabellado. Es otro azote para las sociedades que la padecen. Mi condición de médico, y a la vez de espectador atento de lo que ocurre a mi alrededor, me permite compararlos y encontrarles semejanzas. Ambos son causa de muerte y de aflicción. En 2023 hubo en Colombia 33.100 muertes por cáncer, 14.033 por violencia.

El profesor salubrista Saúl Franco definió la violencia como “toda forma de interacción humana en la cual, mediante la fuerza, se produce daño al otro con el fin de lograr un determinado objetivo” (‘Contexto explicativo de la violencia en Colombia’. Tesis de doctorado en Salud Pública, Río de Janeiro, 1998). Según el daño, la violencia puede ser física, psíquica o sexual; según su motivación, puede ser política, social, racial, de género. Entre nosotros, todas esas motivaciones ocurren, siendo particularmente sensible la violencia que compromete a niños y mujeres.

De la violencia en Colombia hay un capítulo sombrío: las escuelas de sicarios creadas por Pablo Escobar en Medellín a finales de la década de los setenta. Sin duda, de todos sus crímenes este es el de mayor alevosía. Adoctrinar y entrenar adolescentes para asesinar, por unos cuantos billetes, a policías, soldados, magistrados, periodistas institucionalizó una cultura de muerte que fue aclimatándose y echando profundas raíces, difíciles de erradicar. Escobar desapareció, pero el sicariato se perpetuó, incrementado.

Hace tres lustros, refiriéndome a la violencia, en mi libro ‘Meditaciones de un octogenario’ decía: “De seguir las cosas como están, ¿cuál será en Colombia el futuro de las vidas de las generaciones actuales y de las que habrán de seguirlas? Mi reflexión se tiñe de pesimismo. Mientras entre nosotros no se logre una paz completa y perdurable, mientras los colombianos no hagamos conciencia de los valores que están en juego, la vida tendrá un valor incierto. Reinará la intranquilidad y la muerte seguirá enseñoreándose en campos y ciudades”.

Han transcurrido quince años de haber escrito lo anterior y la situación es la que preveía, aún peor: la devaluación de la vida y del concepto de dignidad de la persona ha llegado a extremos increíbles. No obstante lo establecido por las leyes y los esfuerzos de quienes deben cumplirlas, las cosas van de mal en peor. Pareciera que ya nos hubiéramos familiarizado con lo que registran diariamente los órganos informativos: violencia y más violencia.

¿Por qué tanta violencia?, ¿por qué tanto cáncer? He ahí la pregunta cuya respuesta abriría la puerta para su respectiva erradicación. De aquella se ha pensado que se trata de una expresión propia de la naturaleza humana. “El hombre –decía Desmond Morris en ‘El mono desnudo’–, debajo de su pulida superficie, sigue teniendo mucho de primate”. En 1986, en un encuentro patrocinado por la Unesco en la ciudad de Sevilla, España, se llegó a la conclusión de que no existe un supuesto “instinto agresivo”. Allí surgió un manifiesto titulado ‘La violencia no es una ley natural’, donde quedó registrado que “científicamente es incorrecto decir que hemos heredado de nuestros antepasados, los animales, una propensión a hacer la guerra”. Pero, ¡oh sorpresa!, en octubre de 2014 el Instituto Karolinska de Estocolmo comunicó que se habían identificado dos genes (el MAOA y una variante del CDH13) que podrían ser los causantes de la inclinación a cometer actos violentos.

El cáncer, por su parte, sigue en la lupa de los investigadores. Aprovechando la lectura del genoma humano se han hallado mutaciones en los genes que hacen que el cáncer se desarrolle y se disemine. Así las cosas, habrá que seguir investigando para que algún día se pueda acabar con una y otro. ¿Será posible?

Fuente: El Tiempo


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El Académico Honorario Dr. Fernando Sánchez Torres es doctor en medicina y cirugía, con especialización en ginecobstetricia.

Ha sido rector de la Universidad Nacional de Colombia, Presidente de la Academia Nacional de Medicina y presidente del Tribunal Nacional de Ética Médica

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